Hacinaban presos, botaban muros y hacían construcciones con acabados de lujo. No solo había celdas convertidas en suites, sino discotecas. Los cabecillas permanecían en el ala de mediana seguridad, cuando debían estar en máxima. Las oficinas del SNAI también fueron modificadas a favor de los Lobos.
“Cuando llegamos, los presos tenían las llaves de las celdas. Pensamos que eso era lo más grave, pero a medida que recorríamos la cárcel de Cotopaxi nos sorprendíamos más”, relata un miembro de las Fuerzas Armadas. Desde la segunda semana de enero de 2024, los uniformados tomaron el control de este y otros 20 centros penitenciarios.
LA HORA recorrió la cárcel de Cotopaxi junto a un grupo de los cerca de 600 militares que han ingresado y decomisado desde licores y ropa de marca, hasta esculturas y armamento encaletado en paredes, pisos y techos.
Este penal, que queda a dos horas de Quito, es un ejemplo de cómo las bandas narco-criminales tenían el control absoluto de las cárceles en Ecuador.
Para ingresar hay tres filtros, todos manuales pues los escáneres no sirven y las cámaras de seguridad fueron arrancadas en los distintos amotinamientos.
Discotecas y acabados de lujo
En el primer pabellón, el de mediana seguridad, mientras un grupo de presos hace ejercicio en un patio, los militares muestran como el tercer piso fue tomado por tres cabecillas que – tras el estado de excepción– fueron trasladados a LA ROCA, en Guayaquil.
Para tener dormitorios privados y de lujo, los cabecillas tumbaron el muro que dividía las celdas cuya capacidad era de para cuatro presos cada una y los hacinaban hasta 10 en una celda.
Un cabecilla de los Lobos tenía una cama empotrada, con un colchón de dos plazas. Esto ocurría mientras los demás reos dormían en esponjas o en el suelo.
La habitación contaba con un amplio baño y un área convertida en discoteca, que tenía acabados de lujo: pisos de cerámica, luces led, un bar, otro baño, sistema de sonido y televisión con cable.
“Para construir todo esto existió complicidad, pues debían ingresar material y personas como albañiles”, mencionan los funcionarios, quienes por seguridad no dan sus nombres.
En otra habitación se construyó un jacuzzi que además contaba con muebles de lujo y esculturas hechas por otros presos por amenaza de los cabecillas.
En fotografías y videos se ve a los presos disfrutando de fiestas en la discoteca, vestidos con ropa de marca (actualmente todos usan los uniformes anaranjados). Desde sus suites controlaban a los otros presos, quienes eran extorsionados y amenazados para que no delataran los lujos de los miembros de los Lobos.
El SNAI debe encargarse de que estas celdas vuelvan a ser como las demás, pero aún no hay planes para hacerlo, de hecho, esta institución encargada de las cárceles del país no entrega ni esposas para que los militares controlen a los presos.
Oficinas del SNAI eran guarida
Las paredes de la cárcel conservan las marcas de las balas disparadas durante los amotinamientos en los que han muerto cientos de presos.
En la cárcel de Cotopaxi ningún espacio estaba fuera del control de las bandas. De hecho, en las oficinas del SNAI se encontró un túnel de cuatro metros de profundidad por donde se presume los presos intentaban escapar. El túnel se dañó tras una inundación.
En un baño de estas oficinas se guardaban explosivos y armas. “La complicidad les permitía controlar la cárcel a los criminales”, dicen con énfasis los militares, quienes esperan que su trabajo no sea en vano y que cuando entreguen el control al SNAI “no se pongan al servicio de los criminales». Aquí hay gente que mata a sangre fría, corta cabezas; pero también hay gente que puede ser inocente y a ellos hay que cuidarlos para que tengan una rehabilitación de verdad”, menciona un militar.
‘Que vuelva el economato’
Al cruzar de un pabellón a otro los presos gritaban “que vuelva el economato (una despensa dentro de las cárcel)”, pero las Fuerzas Armadas decidieron restringir este servicio pues los productos que ingresaban eran revendidos por los cabecillas a los presos. Es así que un agua podía costar hasta $10. También se utilizaba este espacio para ingresar objetos prohibidos.
Pese a los comunicados del SNAI que reiteraban mantener el control de las cárceles, los líderes de bandas tenían refrigeradores con alimentos premium, mientras otros pesos debían pagar por la comida.
Los lujos eran un secreto a voces entre los presos, pero también entre las autoridades que jamás los denunciaron.
Fuente: La Hora
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